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viernes, 7 de octubre de 2011

EL SILENCIO DE LAS PALMERAS


                                          Palmera situada junto a la Torre de Guzmán (Conil)

(publicado en Diario de Cádiz el 2.1.2011)

             Un recorrido por la costa andaluza puede provocarnos un estremecimiento ante el espectáculo de centenares de palmeras con sus cabezas dobladas o secas, o simplemente sin cabeza, es decir sin copa, sin hoja alguna, como si fueran postes de telégrafos, que es el estado en que quedan una vez que la plaga del picudo rojo ha consumado su devastación. Hermosas palmeras que poblaban nuestro país desde la época árabe (canariensis o datilíferas), de esbeltos troncos,  con esa flexibilidad que las hace casi inmunes a los vientos, parte inseparable de nuestro paisaje urbano y rural, …han ido cayendo una tras otra como resultado de la codicia humana y de la dejación de funciones de los organismos “competentes”, aunque el responsable inmediato sea esa plaga del picudo rojo.
             Una palmera crece como media unos diez o veinte centímetros por año. En consecuencia, cualquiera de mediano porte puede tener veinte, treinta, cuarenta o más años.  Quiere esto decir que no hay vivero que pueda producir estas  palmeras en cantidades industriales y en consecuencia la importación, para su venta -de Túnez, de  Israel, de Egipto fundamentalmente-,  se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos de los últimos tiempos,  ya que por una de ellas pueden pagarse en origen 60 € y venderse después en 6.000 € (aunque los precios han ido oscilando y ahora hay a la venta palmeras de 5 metros por 1.500 €).  Además parece ser que chorrean dinero a su paso, de ahí el interés de bastantes ayuntamientos en convertir su término municipal en un palmeral.  

                                   Palmeras afectadas en la Fuente del Gallo (Conil)
           Hace aproximadamente veinte años que con ellas se introdujo una auténtica plaga bíblica que  propaga un escarabajo denominado picudo rojo, un gorgojo gigante  que tiene un radio de vuelo de hasta cinco kilómetros y que una vez instalado en una palmera acaba con ella.  Las orugas de este escarabajo socavan grandes galerías en las partes más tiernas de las palmas  y en el propio corazón de la palmera, en las que construyen, utilizando su fibra, capullos similares a los de los gusanos de seda pero cinco o seis veces mayores, llegando a instalar colonias de centenares de ellos. Los picudos van saliendo y devorando la planta cuyo final es la muerte, por una conjunción entre el destrozo provocado y  la fermentación de los excrementos y de las zonas afectadas, que  eleva la temperatura en el corazón de la palmera hasta casi quemar. De poco sirven los plaguicidas porque, suponiendo que se logre la eliminación de los atacantes, estos pueden volver en otro momento.
 A mí no me habría preocupado que el insecto acabara con esa otra plaga – una invasión norteamericana, en este caso- que es la de las palmeras washingtonias, que, plantadas masivamente, han escapado de los jardines invadiendo cunetas y trepando por los montes. Parece que estamos en América, también por esto. Pero es que el dichoso insecto solo ataca a las datileras y canariensis. Y al parecer ya se ha pasado a los palmitos. Un desastre.

                                                      Palmeras infestadas en Vejer (Cádiz) 

            En este país llamado España existe un Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, que cuenta con una Subdirección General de Acuerdos Sanitarios y Control en Frontera, cuyo cometido es la prevención y vigilancia fitosanitaria en frontera, controles en  sanidad vegetal y coordinación con las CC.AA. Mucha estructura pero esto no ha funcionado. Las palmeras han continuado entrando por nuestros puertos; los ayuntamientos –con una irresponsabilidad absoluta-  han seguido  trasegando con palmeras de un lado a otro; las podas de las mismas (terribles las del Ayuntamiento de Cádiz, en donde a veces las dejan con solo tres o cuatro palmas) se han mantenido,  aun a sabiendas de que el picudo acude preferentemente a la palmera podada; las palmas y otros productos de la poda han circulado alegremente por las ciudades en lugar de quemarse de inmediato, siendo frecuentemente esparcidos por distintos lugares.  Todo un cúmulo de despropósitos, con resultados nefastos: la desaparición de numerosos oasis  del NE de África, vendidos al mejor postor;  la especulación (y presunta corrupción) desatada en torno a las palmeras; la muerte de numerosos ejemplares que se han plantado alegremente en el propio cemento, sin acondicionarles siquiera alcorques adecuados con tierra suficiente; y, lo que es peor: la propagación de esta plaga por toda España.
              Ahora han comenzado a exigir cuarentena a los ejemplares importados ¿Pero que ha sucedido en los 19 o 20 años anteriores, desde que se detectó la plaga?  Aquí tenían que rodar cabezas: En el Ministerio, en las CC.AA. y en los Ayuntamientos. Y desde luego prohibir las importaciones.  Pero en este país nadie responde por nada.           
Cádiz, 1 de enero  de 2011
Fdo.: Purificación González de la Blanca,
Cofundadora de AGADÉN

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